“El
entusiasmos que se desata cada vez que la bala blanca sacude la red, puede
parecer misterio o locura”- Eduardo Galeano-.
Y ahí
estaba él sentado en su butaca, nervioso, preocupado, triste y tal vez un poco
resignado de ver como su equipo el
América se le escapaba de las manos el campeonato en su propia casa, el mítico estadio Azteca, pues no había esperanza
de empatar el marcador global de 2-0 en contra, jugando con un hombre menos
desde el minuto 15 y el juego agonizando, faltaba poco para que el árbitro
pitara el final del partido y el Cruz Azul se coronará campeón.
El escritor
Juan Villoro en su libro “Dios es Redondo”,
menciona que “el aficionado al fútbol busca capacidad para la magia”, por lo
que éste fiel seguidor del América, creyó que un milagro era posible cuando al
minuto 88 el defensa azulcrema, Aquivaldo
Mosquera, se levantó en el área enemiga y anotó el gol que acortaba distancias en el marcador global,
tal vez para los escépticos sólo significaba una anotación para que los
americanistas dijeran con orgullo “2-1 pero caímos como los grandes, peleamos hasta el
final”, pero para él, a quien su padre le heredo la pasión y el amor por las Águilas,
era una luz de esperanza de ver a su equipo levantar la copa por onceava
ocasión en su historia.
Pero ni él
ni el resto de los aficionados americanistas se imaginaron que en el minuto 93
en la última jugada del partido, en un tiro de esquina el arquero Moisés Muñoz dejara su portería para irse como un delantero más y con un remate de cabeza que fue desviado por un defensa del Cruz Azul, convertiría al estadio Azteca en
un verdadero manicomio, pues el guardameta lograba lo impensable empatar y
mandar el partido a tiempos extras.
Él no se
volvió a sentar durante los 30 minutos de alargue, se desgarró la garganta
alentando a su equipo, se unió al grito de guerra, “¡Águilas! ¡Águilas!”. Su
corazón se aceleró cuando llegaron los tiros penales, su equipo estaba más
cerca de darle una alegría como en aquel 2005, última vez que fueron campeones.
Entonces
llegó el momento de los penales, después de 2 tiros fallados por parte del Cruz Azul y todos
cobrados de manera perfecta por los americanistas; Miguel Layun, el jugador más criticado del América,
se paró frente al portero Jesús Corona, para vencerlo y darle el título a las
Águilas, lo que provocó que éste
aficionado festejara eufórico, como un niño brincaba y gritaba “¡Campeón! ¡Campeón!,
se quitó la playera, les aplaudió e incluso se arrodilló para reconocer el
esfuerzo de sus jugadores, no le importó llamarse Emilio Azcárraga, ser dueño
de Televisa, y uno de los hombres más poderosos de México.
Emilio
Azcárraga no pensó que su eufórico festejo se convertiría en el hashtag
#MepongopedocomoAzcárraga en Twitter y
sería motivo de burlas, por comportarse como un aficionado ordinario y dejando de lado
las poses, lo que demuestra que en el fútbol durante 90 minutos al final todos
somos iguales, pues un gol provoca la euforia en sus aficionados, haciéndoles perder
la cabeza en un festejo.
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